FUE A LA MUTUA POR LA REVISIÓN ANUAL. Llevaba los brazos listos para un pinchazo de hematoma subsecuente, los oídos desencerados a fondo y un tubo con la primera orina de la mañana, ortodoxamente desechados el principio y el final del chorro, Ars mingitoria. Ya en la consulta, se encontró frente a un médico tan viejo que parecía haber sobrepasado todos los topes de la edad de jubilación. El doctor, a mitad de camino entre el aburrimiento y la amargura, fue desgranando preguntas de un cuestionario tipo, hasta que llegó a «¿Es usted razonablemente feliz?». Él respondió: «No lo sé, ¿y usted?». El médico levantó la cabeza, lo miró desde el fondo de sus gafas de cien dioptrías, calló como si le hubiera atrapado un pensamiento que llevaba años evitando, soltó el bolígrafo, se despojó de la bata, la colgó en la percha y salió. Aquella misma mañana presentó su jubilación irrevocable.