ADORABA A GANDHI y seguía con devoción sus enseñanzas, incluso llegó a tejerse su propio «dhoti», aunque sólo se atrevió a usarlo un verano y para andar por casa. La frase que guiaba toda su vida era «Vive como si fueras a morir mañana». Un día el subjuntivo se hizo indicativo y ya no hubo mañana. Al filo del tránsito recordó al otro gran estoico, Marco Aurelio: «Piensa en la vida que has vivido hasta ahora como si ya hubiera terminado y, como un hombre muerto, ve lo que queda como un añadido». Como un hombre muerto, vio lo que quedaba: vio a sus hijos discutir por una mísera herencia, vio que su benéfica intermediación entre sus hermanos ya no servía de nada y vio a su viuda sacar a la luz al amante con quien le había engañado durante décadas. Entonces se acordó de la otra gran máxima de Gandhi: «No hay camino hacia la paz, la paz es el camino». Y se murió en paz. Otra vez.