LA BORRIQUITA MIRA AL CIELO temiéndose acabar otra vez bajo la marquesina de la gasolinera. Sin motivo aún para el dolor —será que se lo ve venir—, la Virgen llora cuando vítores y palmas resuenan al paso de la talla de su hijo: mucho tendría que cambiar la historia para que no termine tan a la romana como siempre. Avergonzado de su uniforme de tambor de la banda municipal, Tony Baquetas se redime pensando en que mañana toca con su grupo punk Los Guarros en la sala El Cencerro Loko. Pero lo que ahora procede es atacar el himno nacional: lágrimas y escalofríos de los pasionarios del bombo patrio. El Cristo, imperturbable como el roble, pide que pase de él el cáliz de esta liturgia caprichosa y se plantea mandar un diluvio para la hora de la procesión; o sea, lágrimas debajo del capirote en el templo o, peor aún, la dignidad de la borriquita bajo la marquesina de la gasolinera.