HABITA EL SILENCIO UN CANTO GREGORIANO suspendido entre la muerte y la ceniza, sobre la nariz inequívocamente afilada, en el maquillaje inútil, y serpentea por los dedos de muñeco trágico donde se agarrotan las cuentas eternas de un rosario de madera de olivo. Minuto a minuto, la liturgia centenaria va espesando un pan sin levadura que el fuego lento cuece con temor, incertidumbre y esperanza, a partes iguales. Porque tras la puerta ingobernable de la gran casa acechan las sombras oblicuas anhelando volver a inundarla de arañas y telarañas. No importa si creemos o no en lo divino; importa que quienes creemos en lo humano reclamemos mucho más de ese pegamento tuyo tan odiado por los monstruos que nos quieren gobernar. Lamento, pues, no poder desearte que la tierra te sea leve: la utopía y la humanidad verdadera no pueden permitirse que descanses en tu camino sembrado de piedras.