LA CALLE VUELVE A SER UN TABLERO DE RAYUELA sobre el que las niñas saltan a la pata coja. Los vecinos sacan las sillas otra vez a la puerta de casa y charlan sin parar entre bromas y jaleos. Hoy el corazón de la ciudad late con la cadencia de la aldea que fue en su infancia remota, a la antigua velocidad de los bueyes y los relojes de cuerda. Hoy hierven las calles como ya no recordaban, con un fandango intenso y dócil de vecindario revivido. O quizá es que la nostalgia exagera —siempre lo hace— y no es tan larga la vuelta atrás como el corazón la siente. Quizá sea sólo que vuelve a palpitar al tictac de una apacible costumbre; que, en contra de los malos augurios, el fallo del marcapasos no ha provocado arritmias mortales ni fibrilaciones ventriculares. Tropieza el impulso eléctrico que nos maneja y de pronto el corazón de la ciudad se pone a latir a un ritmo natural, humano.