HABÍA SIDO UN CAMINO INTERMINABLE, plagado de accidentes y crueles contratiempos. Muchos cayeron antes de llegar al jardín de los deseos, pero por fin estábamos allí los supervivientes, y la alegría y la ilusión cicatrizaban incluso las heridas más profundas. A lo lejos, el pozo soñado, y junto a él, el rutilante cubo de latón bruñido del que tantas maravillas habíamos oído contar. Bajamos el cubo hasta el fondo del pozo, desde donde nos llegaba el rumor del agua fresca que los dioses hacían manar expresamente para nosotros con el fin sagrado de calmar nuestra sed ancestral de justicia. El chapoteo del cubo en el agua sonó en nuestros oídos como las siete trompetas de Jericó. Pero, por algún oscuro motivo, llenar el cubo nos costó mucho más de lo esperado. Y más aún tirar de él hasta el brocal del pozo. Cuando llegó descubrimos el porqué: el cubo prometido rebosaba inmundicia.