LA VIDA ES UNA PISCINA —filosofa Valeria mientras se acerca a la municipal—: unos días nadas tranquila y otros el destino te empuja en lo más hondo». Hoy estrena gafas de sol, bañador de volantes y muchas ganas de burlarse del calor. Da por descontado que los groseros de siempre harán las tópicas bromas del desbordamiento de la piscina cuando ella se meta. Pero no hay nadie. Tampoco hay agua. El vaso exhibe su fondo agrietado, hostil. Valeria avanza unos pasos y se asoma con cautela al borde. «Una piscina vacía en julio no es sólo un error del calendario —piensa—, también es un espejo sin distorsiones». Y se queda reflexionando mientras mira al vacío como quien contempla su propia extrañeza. Al final no ha venido nadie, pero da lo mismo. Cuando decide volver a casa está segura de no haber perdido el tiempo: ha pasado la mañana flotando sin agua y se siente más ligera que nunca.