AYER SE COLÓ EN NUESTRO HOGAR UNA INTRUSA. Ya nos habían advertido los caseros de que, con estos calores, alguna podría buscar refugio e incluso comida en las casas, y que lo que teníamos que hacer era neutralizarla de inmediato, o, si no queríamos andar recogiendo cadáveres, barrerla hasta la puerta. ¿Que terminaba en la casa del vecino?, pues problema del vecino: mejor allí que aquí. A mí me pareció una solución menos cruel que la de mi cuñada, que se acordó de la cucaracha que no podía caminar porque le faltaban las dos patitas de atrás y propuso que se las arrancáramos. Pero la bombilla esclarecedora se le encendió a mi compadre, un demócrata liberal de toda la vida transmutado a la vejez en virtuoso del supremacismo. «Aprendamos de los grandes hombres que saben de esto —senequeó sin interrumpir la lectura de Mein Kampf—. ¿Qué harían con ella Trump y sus ilustres secuaces?».