ENMUDECE EL VOLUMEN DE LA TELE. No recordaba con qué contundencia golpea el silencio cuando la cabeza lo espera y no llega. Solos en casa los dos, la tele le corresponde rebajando por su cuenta el color hasta la más cruda gama de grises. Tampoco recordaba cómo deslumbra la ausencia de colores en un torrente de imágenes de muerte y destrucción cuando provienen de la realidad, no de una de esas películas de guerra con sus héroes inmaculados vestidos a lo Monty Clift desfilando de aquí a la eternidad, cortejados por la música de Duning entre falsas explosiones y sobre una pasarela de suspense y gloria. Dos horas después, necesita detener el aluvión de espanto que vomita el silencio en blanco y negro de la tele. Aprieta la pausa del mando a distancia. No responde. La masacre se descarna, cadáveres infantiles. Querría pausar sus emociones, pero ni siquiera sabe qué botón apretar.