SÍ, IBA DEPRISA, pero no me preguntes por qué. No llegaba tarde al trabajo, no había quedado con nadie. Me rompo la cabeza y no consigo entender qué necesidad había de cruzar la calle a destiempo, con el semáforo en rojo, en vez de esperar. El resto es como lo cuentan: un coche con la misma urgencia sin sentido que yo aceleró para pasar en ámbar, y se conjugó la perfecta y caprichosa geometría de la tragedia. Si pudiera volver atrás, no me arrastraría ninguna prisa. Me detendría en la acera a disfrutar de la belleza de la media luna que se abría entre las nubes, de la pasión de la pareja que se besaba a mi lado o de la sensata paciencia de la anciana que aguardaba un paso detrás de mí en el momento en que aceleraba el coche que me arrolló. Ahora tengo toda la eternidad para esperar, aunque cada vez que veo una luz roja vuelvo a sentir el impulso de salir corriendo a no sé dónde.