EN PRIVADO SE ADMIRAN y justifican el éxito del otro tanto como en público se descalifican mutuamente por las divergencias insalvables entre sus técnicas y sus maneras opuestas de entender la profesión. Uno asegura despreciar a sus enfermos porque lo que realmente ama es la Medicina, esa ciencia con la que intentar vencer la enfermedad desde el puro conocimiento técnico y a pesar de las mentiras de los pacientes, que le exigen que los sane mientras le ocultan sus vicios más dañinos. El otro se obsesiona con los enfermos hasta el punto de sufrir pesadillas en las que se le aparecen con nombres y apellidos, rodeados de los rostros desencajados de sus familias, implorándole a gritos que los salve. Cuando por un cruel capricho del destino los seres más queridos de ambos enfermaron de males realmente graves, ninguno de los dos dudó un instante en confiar al otro la vara de Asclepio.