¿POR QUÉ NO SE ME HABRÁ OCURRIDO en el momento?», murmura bajando la escalera de Diderot, cabreado por haber dejado escapar una oportunidad de oro. Si la comunicación analógica fuera como la digital, podría eliminar o editar el mensaje antes de que le llegara al amigo que camina a su lado. Y duplicar la velocidad de la verborrea que le suelta de vez en cuando y que le importa un pito, o enviarla a la papelera. Discurrirían más y discutirían menos. Pero también se perderían la belleza de la desnudez verbal, de las imperfecciones del otro, que cada uno reconoce como propias, de las meteduras de pata que les hacen sonrojar hasta que una risa compartida disuelve las suspicacias. Se ahogarían en la brillantez artificial y dejarían de ser como son, condenadamente humanos. Es lo que ha respondido la IA cuando le ha consultado al respecto, justo antes de eliminar a toda prisa el mensaje.