AL CABO DE TANTOS AÑOS DE FRECUENTARSE, lo de Jazmín y José Luis había acumulado una enjundia sentimental que rebasaba cualquier transacción carnal al uso, o eso creía él. Anoche vino a visitarla con una perla en el lagrimal izquierdo: las feminazis del partido no entienden que, para centrarse en la dura tarea política, un hombre necesita liberarse de sus ansiedades básicas. El partido había tragado y ahora prohibía a los militantes esa clase de desahogos, tan necesarios. Jazmín lo alentaba con palmaditas. Tras la faena postrera, el diputado se portó como era de esperar: escupió sapos y culebras, lloriqueó y se despidió de “su otra mujer” con la cabeza ladeada por el peso del dolor. Ella cerró la puerta, se deshizo de falsas aflicciones y murmuró: «¡Anda y que te den ahora a ti, baboso! ¡Pues no estaba yo harta ya de aguantarte las miserias! ¡Que vivan las mujeres del partido!».