MORIRSE es una vulgaridad y yo estoy a punto de cometerla, como todo hijo de vecino. Llego al final de una vida larga y repleta de vaivenes, ni más ni menos fracasada que la de cualquiera. De hecho, en estos momentos de arqueo trascendente, no recuerdo haberme dejado por cumplir ningún gran sueño de juventud: no es que los haya alcanzado todos, es que mi anémica memoria ya no me da para echar de menos ninguno de los que tuve. Ni siquiera mi última frustración es distinta a la de la mayoría de los españoles: aunque he pasado media vida intentándolo, me muero sin haber aprendido inglés. Bugger me!