HE VENDIDO mi piso por la mitad de su valor. A cambio sigo viviendo aquí hasta que me muera, que espero que sea muy tarde. Eso es lo que yo deseo, claro; seguro que el comprador le ha puesto una vela negra al diablo para que palme prontito. Es muy amable, viene a interesarse por mi salud un par de veces al mes; yo siempre lo recibo en la cama, moribunda. Antonio, el portero, le insiste en que estoy en las últimas. Lo que el buitre no sabe es que Antonio y yo nos pegamos todos los viernes unas cenas de lujo a costa de su pago anticipado. Tampoco sabe que mi última analítica es para enmarcarla.