PERDÓNAME. Te pido perdón desde el ángulo obtuso de mi corazón más arrítmico, desde el recodo oscuro de mi víscera más furiosa. Te pido perdón por haberte reprochado que soñaras una versión tan perversa del viejo cuento. Perdón por haberte recriminado con mi pacifismo radical la violencia final de tu fábula. Perdón por haber dejado que mi animalismo extremo se indignara ante la quimera cruel de tus sueños infantiles. Tú tenías razón. Ojalá Caperucita hubiera podido matar al lobo feroz y hacerse con su pellejo ensangrentado un abrigo de piel que le protegiera de la escarcha de todos los bosques.