UNA CARAMBOLA DE AZARES le allanó el camino a la cúspide: la muerte súbita de un jefe, la dimisión de un rival… Hecho a tener los pies en la tierra, tanta altura descomprimió el oxígeno de su cerebro y lo transformó en un zombi encantado de conocerse. Aunque él lo negaba: «Yo soy el mismo», insistía mientras iba ascendiendo y se dejaba en cada peldaño un jirón de humanidad. Sólo dudó la noche en que al acostarse puso el corazón en el cargador y el aparato no dejó de devolverle un pitido de error. La duda le agobió un segundo. Luego apagó el corazón y se quedó dormido como el bendito que un día fue.