Con cara de tonto y el labio colgandero, el tío hunde los ojos en la tableta desde donde lo abduce un partido de fútbol. Vital, se supone, porque pasa del resto del mundo empezando por su mujer, que reprime un bostezo, bizquea mirándose la punta de un mechón de pelo, se moja los labios en el refresco disipado y caldoso. Y entonces descubre que alguien la observa desde un velador cercano. La mirada le solivianta, pero corresponde sosteniéndola. Por primera vez desde hace demasiados años alguien la invita a la complicidad. Por primera vez en su vida la mirada que le turba viene de otra mujer.