OJALÁ PUDIERA desbaratar aquella noche en que me enredaste con tu lengua pegajosa. Quién iba a decirme entonces que me estaba dejando encadenar a mi tragedia, pisando el umbral de un futuro que desde el mismo instante comenzó a agriarse, como la leche fresca al calor que todo lo pudre. El amor no es ciego, es torpe, y a veces sus palos de ciego se vuelven golpes brutales contra las criaturas inocentes que nos consentimos amar. Ahora quieren saber si de alguna manera contribuí a la mortaja que con tus manos de plomo me has tejido. Pronto lo sabrán. Ya viene la forense a abrirme en canal las penas.