Apuró el tercer wiski y esnifó dos rayas de coca para no dormirse al volante. Aun así, le aletargaban la noche y el runrún del motor. Despertó de golpe. Se había quedado traspuesto seis segundos y el camión iba directo al arcén. Tuvo que dar un volantazo. Las casi veinte toneladas de bloques de hormigón inclinaron el tráiler hacia el carril opuesto. Se estrelló de frente contra un autobús repleto de escolares. No quiso ni saber a cuántos inocentes había matado por su imprudencia. Apagó la videoconsola y se fue a la cama dando tumbos.