RECORRÍA LOS VELADORES ESTRANGULANDO una guitarra barata. Le rascaba las tripas un par de veces y enseguida se ponía a mendigar. No era un artista. Los artistas recaudan a golpe de gorra la voluntad del respetable, pero jamás mendigan. Al llegar a nosotros, el pedigüeño volvió a afanarse en maltratar las cuerdas. Casualmente, mi próstata, que vive al margen de todo arte que no sea el de una evacuación satisfactoria, me obligó a levantarme. Él interrumpió su recital y preguntó ofendido adónde iba. Me desarmó la interpelación, no supe qué decir. El solista entendió la callada como una lacerante confirmación de desdén hacia su arte. Enarboló un gesto de dignidad y nos dio la espalda. Toda una lección de orgullo artístico. La próxima vez que un espectador se levante en mitad del aria principal, por muy Real que sea el teatro, yo también dejaré de cantar. ¡Qué menos, entre colegas!