FELICIANO ES UN INFELIZ empeñado en cumplir con los arcanos de su nombre. Sin mucho éxito, la verdad. Él es de natural friolero, pero como voluntad no le falta, se ha subido de madrugada junto a otros solitarios al autobús que les llevará a la playa, esa arcadia bulliciosa. Cuando desembarcan, Feliciano extiende su toalla, se quema la planta de los pies en la arena del averno, se adentra en el mar dando saltitos hueveros… A Feliciano se le pone piel de gallina y los dientes le castañetean, pero sonríe al colega más próximo y repite con él: ¡Qué buena está el agua! En la inevitable zambullida siente como si un pulpo de hielo se agarrara a su cabeza, y ahí es donde Feliciano se dice «Pero ¿qué necesidad!», y sale del agua tiritando y trotando hacia el chiringuito, la última trinchera de la que nunca debió salir. Allí por fin encuentra algo que no le da frío: la cerveza. Está caliente.