Frené bruscamente, di marcha atrás, bajé del coche y fui hacia ella. Le pregunté ¿Necesitas ayuda? Afirmó sin hablar mientras se le llenaban los ojos de lágrimas y se derrumbó entre mis brazos. ¡Pero si estás tiritando!, le dije. Me confirmó que estaba muerta de frío, mental y físicamente agotada y que necesitaba dejar aquello de una vez. Le animé a que lo hiciera. Negó con la cabeza: No puedo dedicarme a otra cosa, todos somos esclavos de la lupa que los demás ponen sobre nosotros; de mí, los supersticiosos y los visionarios esperan que siga siendo la chica de la curva.