SOY VIEJA. MUCHO. Pero todavía me desvelan los fantasmas de lo que mis padres me contaban, cuando era niña, sobre un salvapatrias que dio un golpe de Estado en España y provocó una guerra que aún nos ensombrece. Y de otros dos malnacidos que exterminaron a millones de seres humanos inocentes, oprimidos y luego divididos por un macabro espejo mural. Todavía sufro los embates de aquel terror, sí, aunque por poco tiempo. Me han diagnosticado alzhéimer. «Principios», dice mi doctor con cara de falso alivio. En una carrera contrarreloj, mis recuerdos se disuelven en el ácido de la sinsustancia, precisamente ahora, que mis nietas me habían enseñado a desahogarme en las redes sociales disparando inofensivos hashtags de vieja loca: #MalditosBastardos, #ElSeñorMePerdone, #¿SoyYoLaÚnicaQueLoPiensa?, #QueAlguienLePegue, #UnTiroEnLaFrente, #AlTalPutin, #AntesDeQueMate, #AMásInocentes.