PESA CUANDO PISES. Son pocas las veces que tus miedos a pisar con firmeza están de verdad justificados. No sueles tener una razón de peso para intentar levantarte más allá de lo posible. No eres un ser alígero, no intentes levitar ni siquiera unos milímetros. Relaja los hombros, deja que tu esqueleto cumpla su trabajo. Pesa y te quitarás un peso de encima. Consiéntete pesar y recuperarás la paz de la certeza, la armonía del entorno, la gravedad del fundamento. Elévate apenas lo necesario para subir a tu doméstico pedestal y nótame entonces, porque estoy aquí, a tus pies de puntillas, testificando la inutilidad de todos tus intentos por alcanzar la ingravidez. Es una cuestión de humildad, no de humillación: acepta con resignación el veredicto infalible de esta servidora tuya, la vieja enemiga que, pese a nuestro odio recíproco, no se cansa de soportarte, tu báscula de baño.