Cuatro esquinitas tiene su cama, cuatro amiguitas que se la guardan, a cuál más gentil, más delicada y cariñosa. Cada noche acogen su cuerpo, molido en el afán de la batalla diaria, y lo restauran con el mimo de las amantes novicias. Entre todas se turnan para acariciar su piel y devolverle la tersura perdida de la mañana. Embozan su soledad, distraen su forzoso celibato, calientan sus madrugadas de invierno y aplacan los ardores de las noches estivales. Podría pensarse que las ama a todas por igual, y no sería cierto. Cada una es distinta e incomparable con las otras. Y desde esas diferencias confiesa que una es con distancia su preferida, la más tierna, la más suave, la más callada y discreta, la que con más amor sostiene su cabeza y mejor se hace a los rincones de su vieja anatomía. Las otras parecen simples almohadones de sofá, al lado de la mejor de sus cuatro almohadas.