La nieta del guardia también es guardia, aunque en la época del abuelo no había guardias, solo «guardios», casi todos de bigote encurtido y gesto riguroso. La nieta del guardia es una profesional de madera tan noble como la de su abuelo, pero no gasta mostacho ni cara de palotrato, más bien al contrario, siente que en los nuevos tiempos ser guardia no es incompatible con su feminidad, y la cuida y la mima, y le saca partido a tener de lienzo para sus pinturas una cara tan guapa, pecado por el que se estampa una y otra vez contra el muro insidioso de la difamación. Ni los méritos de su expediente la salvan de la marea de mala baba en la que intentan ahogarla los incapaces, solo por ser mujer y reivindicarlo con todo el orgullo de quien se siente más femenina que nadie después de —se inventó un buen día, ¡y mano de santo, oye!— haber superado el calvario de la transexualidad.