Tengo una idea para un cuento. Y malos recuerdos de la fragilidad de mi memoria, así que me lanzo al portátil. Lo abro, es viejo, vago, pero por ahora mi horizonte financiero continúa borroso. El ordenador se despereza ante mí con una luz entre pobretona y cabreada por las molestias. Tras diez minutos de espera el sistema operativo me ofrece actualizarse. Ahora no. El antivirus me ofrece actualizarse. Luego. El procesador de textos, tan prepotente él, se actualiza por su cuenta, sin ofrecerse. Cuatro minutos más tarde salta de la barra de tareas una ventana indiscreta que me informa de que llueve en mi ciudad. ¡Qué raro, lo mismo que estoy viendo por la ventana! Y al fin el cursor parpadea delante de mis narices, como preguntándome qué era eso tan urgente que tenía que escribir. Ya no me acuerdo. Desde el bote de los lápices se carcajean de mí un bloc de muelle y un boli azul.