Al otro lado del escaparate, los ojos de un anciano se recrean en los juguetes que nunca podrá acariciar con los dedos, mientras su nieto vuelve la cara para disfrutar del paso de una mujer hermosa, que podría ser su madre, y la piropea usando aquel tópico silbido. Dentro de la tienda, el juguetero pusilánime ve a su hijo despreciar todos los juguetes y concentrarse en calcular antiderivadas. En la trastienda, el abuelo hipertenso se atonta viendo tele 5 hasta quedar convertido en estatua de sal. En la acera de enfrente dos rivales disienten con respeto y mutua admiración y cuatro adolescentes recitan a Quevedo. Arriba, en los juzgados, el magistrado dicta sentencia con un lenguaje claro, limpio y hermoso. El calor no sofoca en la calle y el canto del mirlo no nos redime de tanta madrugada. A todo esto, una columna se escribe por su cuenta imaginando escenas improbables.