A pesar del calor insaciable, me invade la sugestión de que el universo entero orbita con armonía cósmica alrededor de mi persona: la noche, el vino, la luna, ella. Solo podría añorar a algún familiar perdido o ese dulce pasado que crece en la nostalgia, pero me niego a perturbar con rabietas infantiles el equilibrio del que ahora disfruto. Y sin embargo no logro abandonarme del todo al placer. Solo cada quince segundos se apodera de mí una felicidad aguda y volátil, como el ajetreo discontinuo de las olas del mar. La intriga me incomoda, me abstrae de la conversación, me lleva a buscar en el entorno el motivo que me impide gozar plenamente. Desde un rincón apartado, un enorme y poderoso ventilador giratorio me envía ráfagas de gloria cada quince segundos. ¿Y si le pido al camarero que lo fije mirando a mí? No, no quiero dejar de echar de menos la felicidad completa.