El mes de julio regala tiempo y calma chicha para permitir que el Guadiana desborde recuerdos. Quizá por eso el joven puede ir de vivero en vivero buscando los jazmines que su madre cultivaba en maceteros sevillanos cuando aún era una madre junco. Ninguno huele igual. Intenta cocinar el arroz, humilde y sublime, que ella elaboraba en un sofrito sin ínfulas con una mano mientras con la otra hacía la casa. El sabor ni siquiera se parece. La madre junco fue convirtiéndose poco a poco en madre sarmiento, hasta secarse. Le toca aceptarlo ya y dejar de perseguir el rastro de su aroma. Pero una noche de este julio ardiente, soñando que vaga por la ciudad, el joven tropieza con un zaguán misterioso que exhala el olor de los jazmines de luna y del arroz viudo de su madre. Toma nota de la dirección para volver cada vez que no soporte su ausencia: costanilla de los Recuerdos Perdidos, 1.