Nadie responde a tu angustiosa llamada. Hoy es uno de esos días en que nada te sale bien, y encima el destino se cachondea de ti recordándote cuánto te has equivocado. Hoy vuelves a preguntarte por qué te casarías con el pijo del pueblo (otro señorito tieso y con ínfulas), por qué tragaste con lo de veniros a vivir a la capital, por qué aceptaste parir cuatro hijos… Un carrusel de preguntas agónicas que no tienen respuesta del otro lado del teléfono, cuarenta minutos ya soportando esta musiquilla martirizante: por qué accediste a matricular a tus hijos en la privada, uniforme, material, transporte, comedor, libros de texto… Y aquí sigues, esperando a que te pase por encima la apisonadora de la vuelta al cole mientras te taladra la cabeza la ansiedad, hasta que alguien se apiade de ti, pare la música y pregunte con voz adormilada y pegajosa: «Microcréditos El Porrazo, dígame».