NO PODÍA CREERLO: un año después, la diosa mulata se asomaba a la tele embuchada como una cerda en un modelito reventón, ni rastro de la elegante sensualidad que irradió en su última aparición pública y que a ella le revolvió las peores envidias. Una cosquilla enfermiza le disparaba los nervios, cogió el móvil y se lanzó a teclear en las redes todo el odio que la mala baba afinaba en destellos no exentos de cierto ingenio. Al día siguiente, los informativos destacaban, entre otras, la más punzante y venenosa de las invectivas que había vomitado contra la actriz caída en gorduras: por fin el mundo reconocía su cáustica vena satírica. Perdió el aliento, palideció, sintió que la sangre le cerraba la garganta, que explotaba de vanidad, que moría de placer. De hecho, la encontraron fiambre, con media sonrisa cretina y una inefable satisfacción reflejada en sus pupilas midriáticas.