HA TRIUNFADO EN LA VIDA, PERO no es feliz. Ha alcanzado todos los objetivos que se marcó en su ya remota juventud, cuando tomó conciencia de que el mundo, su estrecho mundo occidental y monocromático, se divide en dos grandes bloques, ganadores y perdedores, agua y pringue, y de que él quería pertenecer como fuera al primero. Se esforzó en trabajar sus metas y dedicó su vida a lograr el éxito, confundiendo el camino con la llegada. Y persevera en cubrir el nivel alcanzado currando doce horas al día, llegando a casa embarrado, extinto, los bolsillos reventando de dinero negro, pero sin tiempo apenas para gastarlo, para compartirlo con su compañera y disfrutar de sus hijos. A veces se queda colgado de ese pensamiento y se angustia, y se deprime. Por fortuna, le sobra pasta para pagarse los carísimos antidepresivos de moda, algo que un pringado de verdad nunca podría permitirse.