IBA A VOTAR POR PRIMERA VEZ, su padre le acompañaba dando un paseo. Su padre era un gran lector no porque leyera mucho, sino porque sabía leer como pocos. Le hablaba de la importancia de aquel momento citándole a Fabricio, el héroe de Stendhal que no fue consciente de haber participado en la batalla que cambió la historia de Europa, y le encarecía que no votara con el corazón ni con las tripas, sino con la cabeza, «que es donde anidan la ética y la libertad, como defendía Hegel. Abre los ojos y cierra los oídos: “Con ruido no veo”, decía Juan Ramón. Cuanto antes lo aprendas, mejor para ti, recuerda que por desgracia “El búho de Minerva sólo alza el vuelo al anochecer”, escribió el propio Hegel». Cuando llegó a la mesa y quiso expresar su más que razonado voto, descubrió estupefacto que la urna, aunque llena de otras papeletas, carecía de ranura por la que introducir la suya.