LAS VACACIONES DE VERANO nos trastornan a todos. Pero a quienes más cambian es a los que el resto del año trabajan sobre una tarima social que los eleva por encima del común de los mortales, a aquellos cuya particular vestimenta laboral los distingue de otros en el escenario del teatro cotidiano: agentes de la autoridad, profesionales de la Judicatura… y por supuesto militares. Pocas cosas más desconcertantes que un excelentísimo oficial del Ejército paseando por la playa en traje de baño, mostrando sus peludas tetas flácidas y sus canillas de perdigón. Incluso si luce el pecho bruñido y las piernas musculosas de mi amigo el capitán Corrochano, me descoloca hasta el punto de trastabillarme en el saludo. Como cuando volvimos a vernos hace unos días, que en lugar de preguntarle «¿Cómo estás, mi capitán?», con los nervios exclamé: «¡Cómo estás, capitán mío!». Ahora me mira raro.