NO PUEDO DECIRLO ABIERTAMENTE, ni siquiera en círculos profesionales me atrevo, pero ahora que no nos oye nadie debo confesar que no aguanto a esa gente blandengue que me pide ansiolíticos y antidepresivos para afrontar los reveses de la vida; y desde luego mataría con mis propias manos a los gilipollas que llegan a mi consulta deprimidos porque se les han acabado las vacaciones de verano y se resisten a volver al trabajo, ciscándose en los que no lo tienen y que querrían trabajar en lo que fuera, incluso en el oficio que a ellos les deprime. A mí sí que me deprime esta gentuza hasta desatar mi ansiedad en el momento de volver a abrir la consulta, que tengo que tomarme un diazepam para aguantarlos pacíficamente y no ponerme a escupirles ni a insultarles como se merecen. ¡Con lo a gusto que estaba yo en la playita, tomando pulpo a feira y albariño helado! ¡Qué asco de trabajo!