«¡POR FIN LIBRE, otra vez en el mercado!». Sonrió al espejo convencido de que lo petaría, como si el mercado hubiera estado esperando inmutable su regreso triunfal. No le impidió la euforia ser consciente de que necesitaba unos retoques, crear una versión 2.0 de sí mismo. Se puso unos caros vaqueros deconstruidos que formaban con su pelo blanco una imagen turbadora, y esa fue la primera señal. La segunda, su piel de viejo bebé: necesitaría unos tatuajes. Y un pendiente. O dos. ¿Y ese corte de pelo de vendedor de seguros? ¿Y ese calzado que ya solo usan los yayos? ¿Y cómo se le entra hoy a una mujer sin meter la pata? Abrió la puerta del local, la música paró lo justo para dejarle escuchar que alguien le preguntaba a alguien con una sonrisa seductora: «Hola, ¿cuáles son tus pronombres?». Tragó saliva y se dio la vuelta. Iba a llamar a su mujer para intentar arreglarlo. Como fuera.