EN LA TIENDA DE LAS PALABRAS hay un goteo de escritores, periodistas y apasionados de la lengua en general. Los recibe una anciana entrañable que regala consejos y exhibe sobre el mostrador las palabras, guardadas en cajoncitos de mercería. En los estantes de arriba reserva para los genios las más apropiadas y exquisitas. Las baratas las regala a porrillo a quienes escriben con prisa y para salir del paso. Los neologismos son una plaga, vienen de golpe y de golpe se olvidan, como «en plan», que los jóvenes de ahora lanzan al tuntún o, últimamente, «hiperventilar». Unos pocos adjetivos se venden muchísimo, pero los mejores son ignorados y apenas salen, se lamentaba. Reparé en un cajón vacío, puesto a un lado del mostrador, y quise preguntarle. La vieja dama ensombreció la mirada y me dijo: «Ese es el cajón de las palabras con que explicar por qué mueren niños bajo las bombas».