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Carlos Pajuelo

Escuela de Padres

Enseñar a obedecer aprendiendo a dar órdenes

 

 

Ayer estando esperando a que un semáforo se pusiera en verde, me abordó  una señora y me dijo: “he visto que estás escribiendo un blog en el Hoy digital” yo asentí con la cabeza y sin pausa me espetó:  “pues a ver si escribes algo para hacer que los niños obedezcan de una puñetera vez”. Y me lo lanzó a la cara así como si yo fuera un  San  Judas Tadeo pero por lo civil, mientras se saltaba el semáforo en rojo.

Allí me quedé yo, esperando obedientemente a que la lucecita verde  me dijera que podía seguir,  pensando en lo complicado que es para algunos niños y adolescentes ser obedientes, pensando en lo complicado que es para los padres enseñar a ser obedientes.  La obediencia, al igual que otros muchos aprendizajes necesarios para la vida, requiere su tiempo.

Es una realidad que una de las situaciones que más conflictos genera en el ámbito familiar y que a los padres nos causa más malestar, ejerciendo la tarea de ser padres, es  la desobediencia de nuestros hijos. Nos asusta que  se ponga en tela de juicio nuestra competencia como padres, nuestra autoridad.

No existen las varitas mágicas en educación, ni recetas infalibles (por eso en mi blog el apartado recetas está vacío).  Todos los padres que estamos preocupados por el tema de la desobediencia de los hijos hemos leído libros y artículos donde nos dicen qué hacer para educar a niños obedientes. Pero, al final, todos terminamos diciendo eso de a la una, a las dos y a laaaaaaaas tres.

Enseñar a obedecer y aprender a obedecer no es tarea sencilla, tiene su enjundia y no porque requiera de complejos  conocimientos ni  de complicadas técnicas. De hecho algunos hijos lo aprenden rápidamente pero otros no. Fijaos  que la propia definición de obedecer dice “cumplir la voluntad de quién manda” por lo tanto el hijo que obedece debe de someter su voluntad ante sus padres y este cumplimiento  puede ser o bien  por convicción, porque creemos que eso que se pide es justo, razonable, beneficioso socialmente, etc.,  o puede ser por temor, temor a un castigo, temor a perder afectos, temor a ser excluido, etc.

La obediencia está muy ligada al  concepto que los padres tenemos de autoridad, pero no es verdad que la autoridad de los padres se mida únicamente por la rapidez con la que los hijos obedecen.  La autoridad de los padres se mide fundamentalmente por la firmeza de nuestras convicciones a la hora de educar, por la seguridad que nos da saber el rumbo hacia dónde vamos. Para saber ejercer la autoridad eficazmente hay que saber mandar. Y para saber mandar hay que saber obedecer.    

Enseñar a obedecer es complejo porque nuestros hijos tienen su personalidad, su forma de ser  y cuando uno está forjando su personalidad tiene mucha curiosidad por saber cuáles son sus límites y una buena forma de establecerlos es desafiando, echando pulsos, una manera de decir aquí estoy yo.

Enseñar a obedecer es complejo porque vivimos en una sociedad hedonista, una sociedad que prima “el estar bien” y creemos que estar bien es no tener problemas. Nuestros hijos son desobedientes porque han aprendido, muchas veces con nuestra colaboración, a no desarrollar la capacidad para tolerar aquello que les resulta incómodo de hacer. Pero para eso estamos los padres para educar. Y cuando se educa hay que enseñar a obedecer, eso es irrenunciable. Y hay que hacerlo porque obedecer es un comportamiento que  nos enseña de manera progresiva  a escuchar a los demás, a entender a los demás, a  tener en cuenta a los demás, a ser menos egocéntricos, en fin, obedecer  es una conducta  que nos facilita la integración social. 

Enseñando desde que son bien pequeñitos a ser obedientes podrán, conforme van creciendo, desarrollar sus propias convicciones, sus propias opiniones, asumiendo valores que les guiarán su rumbo  en esta sociedad.  Y no hay mejor rebeldía que aquella que nace de la defensa de esas convicciones, creencias y valores.

Enseñar a obedecer no es enseñar a que los niños respondan rápidamente a aquello que les solicitamos, enseñar a obedecer es hacerles ver que el mundo en el que vivimos está regulado por normas y  que el incumplimiento de esas normas conlleva consecuencias. Para poder obedecer hace falta por lo tanto que haya normas establecidas, claras, razonables y adecuadas a las diferentes edades. Y también hace falta que nuestros hijos sepan de antemano cuales son las consecuencias de cumplir las normas o de incumplirlas. Y que tenga la certeza de que siempre que se  incumplan las normas  va a tener que afrontar las consecuencias.

En estos tiempos de la rapidez, de la inmediatez, en los que podemos llegar en horas a cualquier parte del mundo,  compartir información nada más generarse la noticia, hacer la compra desde casa en un instante,  estamos contagiados por las prisas cuando educamos por eso es normal que queramos que nuestros hijos  obedezcan a la primera.

Cada vez que les decimos a nuestros hijos para que obedezcan eso  de “¡Niño! a la  una;  ¡niño! a las dos,  ¡ea! a laaaaaas tres”,  les estamos ofreciendo la oportunidad de obedecer en tres segundos pero también  la de desobedecer desde el número tres hasta el infinito. El calendario que se utiliza para educar es de años de 365 días,  días de 24 horas y horas de 60 minutos.  Aprovechemos todo este tiempo que tenemos para educar.  

            Ánimo y a seguir con la tarea, y no lo olvidéis, para que los hijos obedezcan  hay que saber dar órdenes y los padres que saben dar órdenes  son los que saben lo complejo  que es aprender a obedecer. 

La tarea de ejercer de padres

Sobre el autor

Carlos Pajuelo Morán, psicólogo y padre de dos hijos, ejerce su tarea de Orientador en el Equipo Psicopedagógico de Atención Temprana de la Consejería de Educación y Empleo. Durante 21 años ha sido profesor asociado en la Facultad de Educación de la Universidad de Extremadura. En este blog los padres y madres interesados por los temas de la educación encontrarán información fácil y accesible, basada en aportaciones de la psicología y la psicopedagogía, que les ayude a identificar las competencias y habilidades que como padres poseen y a utilizarlas de la manera más eficaz para poder seguir ejerciendo esta apasionante, aunque a veces ingrata, tarea de ser padres.


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