Ayer estando esperando a que un semáforo se pusiera en verde, me abordó una señora y me dijo: “he visto que estás escribiendo un blog en el Hoy digital” yo asentí con la cabeza y sin pausa me espetó: “pues a ver si escribes algo para hacer que los niños obedezcan de una puñetera vez”. Y me lo lanzó a la cara así como si yo fuera un San Judas Tadeo pero por lo civil, mientras se saltaba el semáforo en rojo.
Allí me quedé yo, esperando obedientemente a que la lucecita verde me dijera que podía seguir, pensando en lo complicado que es para algunos niños y adolescentes ser obedientes, pensando en lo complicado que es para los padres enseñar a ser obedientes. La obediencia, al igual que otros muchos aprendizajes necesarios para la vida, requiere su tiempo.
Es una realidad que una de las situaciones que más conflictos genera en el ámbito familiar y que a los padres nos causa más malestar, ejerciendo la tarea de ser padres, es la desobediencia de nuestros hijos. Nos asusta que se ponga en tela de juicio nuestra competencia como padres, nuestra autoridad.
No existen las varitas mágicas en educación, ni recetas infalibles (por eso en mi blog el apartado recetas está vacío). Todos los padres que estamos preocupados por el tema de la desobediencia de los hijos hemos leído libros y artículos donde nos dicen qué hacer para educar a niños obedientes. Pero, al final, todos terminamos diciendo eso de a la una, a las dos y a laaaaaaaas tres.
Enseñar a obedecer y aprender a obedecer no es tarea sencilla, tiene su enjundia y no porque requiera de complejos conocimientos ni de complicadas técnicas. De hecho algunos hijos lo aprenden rápidamente pero otros no. Fijaos que la propia definición de obedecer dice “cumplir la voluntad de quién manda” por lo tanto el hijo que obedece debe de someter su voluntad ante sus padres y este cumplimiento puede ser o bien por convicción, porque creemos que eso que se pide es justo, razonable, beneficioso socialmente, etc., o puede ser por temor, temor a un castigo, temor a perder afectos, temor a ser excluido, etc.
La obediencia está muy ligada al concepto que los padres tenemos de autoridad, pero no es verdad que la autoridad de los padres se mida únicamente por la rapidez con la que los hijos obedecen. La autoridad de los padres se mide fundamentalmente por la firmeza de nuestras convicciones a la hora de educar, por la seguridad que nos da saber el rumbo hacia dónde vamos. Para saber ejercer la autoridad eficazmente hay que saber mandar. Y para saber mandar hay que saber obedecer.
Enseñar a obedecer es complejo porque nuestros hijos tienen su personalidad, su forma de ser y cuando uno está forjando su personalidad tiene mucha curiosidad por saber cuáles son sus límites y una buena forma de establecerlos es desafiando, echando pulsos, una manera de decir aquí estoy yo.
Enseñar a obedecer es complejo porque vivimos en una sociedad hedonista, una sociedad que prima “el estar bien” y creemos que estar bien es no tener problemas. Nuestros hijos son desobedientes porque han aprendido, muchas veces con nuestra colaboración, a no desarrollar la capacidad para tolerar aquello que les resulta incómodo de hacer. Pero para eso estamos los padres para educar. Y cuando se educa hay que enseñar a obedecer, eso es irrenunciable. Y hay que hacerlo porque obedecer es un comportamiento que nos enseña de manera progresiva a escuchar a los demás, a entender a los demás, a tener en cuenta a los demás, a ser menos egocéntricos, en fin, obedecer es una conducta que nos facilita la integración social.
Enseñando desde que son bien pequeñitos a ser obedientes podrán, conforme van creciendo, desarrollar sus propias convicciones, sus propias opiniones, asumiendo valores que les guiarán su rumbo en esta sociedad. Y no hay mejor rebeldía que aquella que nace de la defensa de esas convicciones, creencias y valores.
Enseñar a obedecer no es enseñar a que los niños respondan rápidamente a aquello que les solicitamos, enseñar a obedecer es hacerles ver que el mundo en el que vivimos está regulado por normas y que el incumplimiento de esas normas conlleva consecuencias. Para poder obedecer hace falta por lo tanto que haya normas establecidas, claras, razonables y adecuadas a las diferentes edades. Y también hace falta que nuestros hijos sepan de antemano cuales son las consecuencias de cumplir las normas o de incumplirlas. Y que tenga la certeza de que siempre que se incumplan las normas va a tener que afrontar las consecuencias.
En estos tiempos de la rapidez, de la inmediatez, en los que podemos llegar en horas a cualquier parte del mundo, compartir información nada más generarse la noticia, hacer la compra desde casa en un instante, estamos contagiados por las prisas cuando educamos por eso es normal que queramos que nuestros hijos obedezcan a la primera.
Cada vez que les decimos a nuestros hijos para que obedezcan eso de “¡Niño! a la una; ¡niño! a las dos, ¡ea! a laaaaaas tres”, les estamos ofreciendo la oportunidad de obedecer en tres segundos pero también la de desobedecer desde el número tres hasta el infinito. El calendario que se utiliza para educar es de años de 365 días, días de 24 horas y horas de 60 minutos. Aprovechemos todo este tiempo que tenemos para educar.
Ánimo y a seguir con la tarea, y no lo olvidéis, para que los hijos obedezcan hay que saber dar órdenes y los padres que saben dar órdenes son los que saben lo complejo que es aprender a obedecer.