Juan es un amigo, una bellísima persona, tan bueno que de jovencito le llamabamos Juan XXIII. El otro día mientras tomabamos una caña me dijo: “mira Carlos yo, desde que era pequeñito, recuerdo a mi familia, a mis vecinos, a mis maestras diciendo, qué bueno es Juanito, qué niño más bueno, y, a la vez que decían eso, escuchaba decirles respecto a mi hermano José, “y Joselito ¡qué guaaaaapo!“.
“Así que yo he sido bueno, porque eso era lo que la gente esperaba de mí”-, continuó. “Mira hasta qué punto me influía lo que me decían que una Semana Santa, cuando éramos adolescentes, el Jueves Santo estrenábamos ropa, así que unos días antes abríamos las huchas. Joselito se compró un Lacoste rojo que causó furor, “¡que guaaaapo Josselito!”, así el Joselito cada día estaba más guapo. Yo, sin embargo, entregué todo el dinero a los pobres, “qué bueno el Juanito!“, así yo cada día más bueno. Y te digo una cosa Carlos, yo lo que quería de verdad era ser guapo!“.
La autoestima es un juicio de valor, una autoevaluación, es la respuesta a la pregunta ¿me gusta como soy? Dependiendo de la respuesta que nos damos, nos sentimos más o menos competentes para hacer frente a las demandas de la vida.
Pero os recuerdo que la autoestima no es un producto terminado, la autoestima es una construcción que necesita de tiempo y de experiencias, y los padres jugamos un papel importante en esa construcción, no sólo porque podemos favorecer el desarrollo de una autoestima positiva en nuestros hijos, sino porque también por nuestra manera de educar vamos a ir desarrollando una autoestima como padres. ¿Puedo ayudar a mis hijos a desarrollar una buena autoestima si yo como padre o madre no la tengo?
Desde que nacemos y a lo largo de nuestra vida vamos generando el autoconcepto, que es la imagen que tenemos a cerca de nosotros mismos, y que se va configurando a través de los pensamientos, sentimientos y experiencias que sobre nosotros mismos vamos recopilando durante nuestra vida.
Nuestros hijos configuran el autoconcepto en la medida que van recibiendo información del exterior (en los primeros años fundamentalmente de padres y madres) respecto a qué hacen, sobre cómo lo hacen, sobre el impacto que sus conductas tienen en nosotros y sobre nuestras expectativas respecto a ellos.
Así, por lo que nos dicen los demás es que nos creemos listos o torpes, que nos sentimos simpáticos o antipáticos, trabajadores o vagos, útiles o inútiles, capaces o incapaces, etc. A lo largo de la vida vamos definiendo lo que creemos que somos, vamos estableciendo nuestra identidad y, junto a nuestra identidad, vamos decidiendo si nos gusta o no nos gusta lo que somos.
La autoestima, en los primeros años de vida de nuestros hijos, está muy condicionada a la información que nuestros hijos reciben de nosotros. A la información que les llega a través de nuestras conductas, nuestras actitudes y sobre todo de nuestras palabras. El poder de las palabras que construyen frente al poder de las palabras que destruyen.
Conchita, una abuela estupenda, le dice a su hija Alicia: “si quieres que tu hija sea una antipática, dile todos los dias lo antipática que es”.
Nuestros hijos, pequeños y adolescentes, son personas en formación. No están “terminados” de hacer, están aprendiendo y, como buenos aprendices, se equivocan. Y todo este proceso de educación va acompañado de palabras que son los ladrillos con los que los hijos van configurando su autoconcepto: “bien hecho”, “formidable”, “Sé que puedes hacerlo”, “estoy orgulloso de ti”, “me gusta cómo lo haces”, “eso es una buena idea”, “inténtalo”, “inténtalo de otra manera”, “te quiero”, “ es una suerte quererte”, “no tienes ni idea”, “eres un vago”, “vas a ser un desgraciado”, “desagradecido”, “qué decepción”, “no me esperaba esto de ti”, “eso que dices es una estupidez”, etc.
A los hijos no hay que mentirles, no hay que decirles que son los mejores, los más altos y los más guapos, hay padres que creen que la autoestima es hacer a sus hijos “engreídos”. Es más sencillo, es hacerles ver que, cuando las cosas les salen bien, nos alegramos y les animamos a que perseveren y que, cuando les salen mal, les alentamos para que vuelvan a intentarlo, les demostramos que tenemos confianza en que pueden lograrlo.
Para que nuestros hijos desarrollen autoestima necesitan unos padres que confíen en ellos, porque si no confiamos en ellos ¿cómo van a ser capaces ellos de confiar en sus posibilidades?
Mediante las palabras, aprendemos a valorarnos y a desvalorizarnos; mediante las palabras valoramos o desvalorizamos a nuestros hijos.
Cuida las palabras que utilizas a la hora de educar porque las verdades como puños dan puñetazos.
No olvidemos que el que nos valoren positivamente es una buena manera de sentirnos bien ,y que nos desvaloricen es un lastre, un importante lastre, que hace que no disfrutemos de lo que hacemos, de lo que tenemos, de lo que somos.
En próximos posts iremos hablando de más herramientas para favorecer el desarrollo de la autoestima, como son la aceptación incondicional, la manera de valorar a los hijos y a nosotros mismos, el esfuerzo, la autonomía y cómo enseñar a tener éxito y cómo aprender a tolerar el fracaso.
Queridos lectores, si estáis leyendo esto os deseo que os contagiéis por el “Síndrome L’Oreal”: ¡Porque tú lo vales!. Y si tú lo vales ¿no lo va a valer tu hijo?
¡¡¡A la tarea!!!