Perder el control, cuando estás educando, es algo que puede ocurrir y de hecho nos ocurre. Que se lo pregunten a mi amiga Paqui que me escribió un correo electrónico con en el asunto “Paqui a punto de reventar” y con el siguiente texto: “Carlos, ya no puedo más”.
Y me sigue contando: “Carlos, esto de la crianza es un no parar, me da la sensación de que en vez de una madre soy un guardia de la porra que está en una continua batalla con los niños y tú me dices que intente estar calmada. Pero ¿qué hago? Esta misma mañana, por enésima vez, no han recogido el cuarto, y yo venga a decirles “¡claro!, como aquí tenéis a la criada para todo, que eso es lo que soy,¡ una chacha!”.
Esto dicho con serenidad e ironía, pero ni caso. Y al ratito los niños empiezan a pelearse, y les vuelvo a decir con seriedad y menos ironía “¿pegarse dos hermanos? ¡No seáis cafres! ¿Dónde se ha visto eso?”y ya sé que tú me dirías que los inventores de la primera pelea fueron los famosos hermanos Caín y Abel. Y a continuación les pido que se vayan a su cuarto y ni caso. A estas alturas me estoy empezando a irritar, y empiezo a decir en tono cada vez más alto ¿Cuántas veces tengo que repetirlo?, ¿es que hablo en chino? Y entonces mis hijos me miran como si realmente fuera la propietaria de una tienda cien. Y a la hora de comer me dicen “¡que asco! otra vez lentejas”, y luego por la tarde me piden dinero para comprar cosas que dicen que necesitan urgentemente, y en ese momento les suelto “te crees que mi cartera es el Banco de España“. Y ¡exploté!, y me puse a gritarles como una posesa y a decirles cosas que luego me hacen sentir fatal“.
Si los padres nos dedicásemos solo a educar, y no hiciéramos otra tarea, entonces no nos alteraríamos tanto. Pero los padres estamos educando a la vez que desarrollamos nuestra vida personal y profesional. Mi teléfono es capaz de hacer cinco cosas a la vez sin irritarse. Yo no. Aunque es complejo para educar, los padres necesitamos no perder el control. Perder el control no nos ayuda a educar, perder el control hace que podamos herir a los que queremos, perder el control nos hace sentir débiles.
¿Cómo podemos aprender los padres a autocontrolarnos para así poder enseñar a nuestros hijos a autocontrolarse? Fundamentalmente necesitaríamos dos competencias:
1) Detectar en nosotros, lo más precozmente, los síntomas del descontrol. Ningún padre y ningún hijo pasa del estado de calma al estado de descontrol directamente. Esto ocurre a través de un proceso mental mediante el cual los padres o los hijos nos vamos paulatinamente alterando. En la mayoría de las veces nosotros mismos nos vamos “jaleando”, “verás el niño, como me vuelva a decir…” “como me vuelva a mirar así…”
Nuestro pensamiento le dicta nuestra conducta qué es lo que tiene que hacer. Así que, cuando veas que te vas a enfadar, intenta parar. A veces es mejor dejar pasar un par de horas para que seamos capaces de decir lo que tenemos la obligación de decir y hacer pero sin enfadarnos.
2) La capacidad de hacer frente a los contratiempos. Muchas veces las cosas no ocurren como deseamos, ni en los momentos y tiempos que desearíamos. Los hijos en su desarrollo presentan avances y retrocesos, y tenemos que estar preparados para ambos. Los contratiempos son parte de la educación. Son normales y nos exigen nuevas medidas a la hora de educar.
Calma, estamos educando.