¿Multar a los padres por las conductas de sus hijos? Legalmente, los padres somos responsables de los actos de nuestros hijos menores y, como tal lo asumimos, pero es tremendamente injusto achacar a los padres la “culpabilidad” de todos los comportamientos de los hijos.
Los estudios sobre consumo de alcohol no dejan lugar a la duda: el consumo de alcohol entre los menores es una realidad a la que, sin dramatismo, pero con firmeza, debemos hacer frente.
Los padres no somos perfectos, y seguro que hay padres que descuidan la educación de sus hijos, pero la mayoría somos gente normal, padres y madres que intentamos educar a nuestros hijos, y que nos dedicamos a ello. Si no, repasen conmigo algunas de las muchas cosas que los padres hacemos para, educando, evitar que nuestros hijos desarrollen conductas de riesgo consumiendo alcohol:
1) Intentamos mantener una buena relación afectiva con los hijos, con hijos que a veces nos hacen sentir muy mal, desafiantes, desobedientes y contestones, pero que necesitan saber que, aunque se comporten así, nosotros los aceptamos, los queremos. Y esto no está reñido con las normas, los límites y las consecuencias de su incumplimiento.
2) Confiamos en los hijos, confiamos en que van a ser capaces de establecer su propia identidad personal. La confianza genera autoestima y la autoestima ayuda a tener seguridad en las decisiones, y a no dejarse influenciar. Confiad en los hijos, pero con los ojos abiertos. Mirar para otro lado no les va a ayudar. Cuando se aprende, cuando se está aprendiendo, el error es posible. Ante el error: información, normas, consecuencias y más confianza.
3) Enseñamos a nuestros hijos a afrontar la frustración, a que no siempre se puede tener o conseguir lo que se quiere, y a hacerles ver que, con esfuerzo, quizás sea posible lograrlo en otro momento. Les enseñamos que el sufrimiento es parte de la vida de los seres humanos y que es inevitable.
4) Les hablamos sobre el alcohol y los efectos asociados a su consumo. Aun así los adolescentes tienen la creencia de que tienen control sobre el alcohol. De hecho, la mayoría de ellos suelen decir que les sentó mal algo que han comido (en mi casa eran “los mejillones”) cuando sufren una intoxicación alcohólica, y no reconocen que su “indigestión” ha sido causada por el alcohol.
5) Establecemos normas adecuadas que nos ayuden a organizarnos en familia, y vigilamos el control horario.
6) No olvidamos que somos un modelo para nuestros hijos.
7) Y aguantamos, aguantamos mucho lo que sólo los padres saben aguantar porque sabemos encajar golpes y, sobre todo, procuramos no desanimarnos ante los envites que los hijos nos lanzan mientras los educamos.
Pero una vez dicho esto, también tenemos que decir que nuestros hijos menores, por muchas y diferentes razones, tanto sociales como individuales, económicas, etc., también son “víctimas” de una sociedad en la que el botellón es una manifestación más de la presencia del alcohol en nuestra vida social.
Así, nos reunimos con la familia y amigos festejando acontecimientos alrededor de una mesa y copas. Y nuestros hijos, desde pequeños, van viendo lo bien que lo pasamos los adultos, sobre todo cuando escuchan cantar eso del “estamos tan agustitoooooo”.
Vivimos rodeados por una publicidad que estimula el consumo del alcohol (aunque con letra pequeña nos recuerdan que bebamos moderadamente), vean este anuncio a ver qué les parece. ¿Cree que un menor que ve este anuncio lo que deseará es aprender a hacer paellas?
Unido a estos aspectos sociales desde el punto de vista individual, se añade que los jóvenes que consumen alcohol lo hacen porque el alcohol les desinhibe, y les hace olvidar momentáneamente timidez y temores. Les hace creer que no son tan niños como piensan los demás, les provoca placer y, sobre todo, por sus dificultades para afrontar la frustración, les permite evadirse de sus problemas.
Cuando me preguntan los padres ¿será el botellón una moda pasajera?, la verdad es que no sé responder, pero sí que observo que niños y niñas de 10 a 12 años empiezan a juntarse con la misma estructura del botellón alrededor de alguna tienda de chucherías: “el chuchellón”. Está claro que el chuchellón no sólo es una imitación, es también un aprendizaje, una incorporación de un modelo de ocio.
Tampoco hay que ser alarmistas. El botellón es un espacio donde los jóvenes se encuentran, desarrollan su identidad grupal, se divierten, pero también encierra, como la vida misma, algún peligro: la ingesta abusiva de alcohol.
Por todo lo que he comentado el botellón, y todo lo que acarrea, supone un importante reto para los padres que están educando, pero la acción de los padres por sí sola no es suficiente: el botellón y sus consecuencias como fenómeno social implican una responsabilidad compartida. Parafraseando al filósofo José Marina, “para educar un niño hace falta la tribu entera”.
Así que vamos a dejar de culpabilizar y o responsabilizar a los demás, y demos pasos hacia la búsqueda respuestas de carácter más corresponsable.
Tenemos un ejemplo en el tabaco: ¿por qué se ha logrado que disminuya el consumo de tabaco, que un importantísimo porcentaje de jóvenes tengan claro que el tabaco es perjudicial para su salud y, sin embargo, no ocurre lo mismo con el alcohol?
Los padres somos responsables, y debemos de ser los más implicados en la educación de nuestros hijos, pero necesitamos ayuda. Necesitamos ayuda de los legisladores, del ayuntamiento, de los pediatras y médicos de familia, de los maestros y profesores, de los empresarios, autónomos del sector de distribución y venta, publicistas, etc. necesitamos tu ayuda. ¿Quién va a dar el primer paso?