“No me despedí de mi hermano, me quedé en mi cuarto jugando a la video consola y no le dije nada. Esa noche mi hermano se mató en un accidente de coche y yo no me despedí de él”. Este pensamiento y esta sensación amarga están presentes en la vida cotidiana de Manuel, un adolescente que perdió a su hermano cuando él tenía 10 años. Un pensamiento alrededor del que ha generado una tremenda rabia contra el mundo que le rodea y contra él mismo. Un pensamiento que ha mantenido dentro de él, y allí dentro se ha hecho, a través de la culpa, la ira y la desesperación, poderoso y destructor.
Hablar de la muerte se ha convertido en nuestra sociedad actual en un tabú. La muerte hasta no hace mucho tiempo era algo que ocurría en el domicilio familiar y, sin embargo, en la actualidad es un tema sobre el que pasamos de puntillas y que raramente se aborda. Pero de lo que no hablamos, no podemos educar.
La muerte es una certeza que tiende a sorprendernos, pero sobre todo la muerte es un hecho al que nos vamos a tener que enfrentar, más tarde o más temprano, a lo largo de nuestra vida.
La muerte de un ser querido puede generar, tanto en adultos como en niños y adolescentes, reacciones fuertes a nivel emocional, físico y espiritual. Reacciones que son normales ante la pérdida de un ser querido, pero que pueden generar importantes problemas en niños y adolescentes si no pueden identificar por qué se sienten así, si no pueden entender la lógica de sus reacciones.
¿No crees que deberíamos hablar de la muerte con nuestros hijos para poder tener información de lo que saben, de lo que no saben, de sus ideas equivocadas, de sus temores? Es verdad que los desgarros de la muerte no se remiendan sólo hablando, pero si no hablamos con nuestros hijos, ¿cómo vamos a poder educarlos para enseñarlos a afrontar esta difícil situación?
Cómo hablar de la muerte con los hijos:
1.- A lo largo de la vida hay muchas ocasiones en las que podemos hablar de la muerte de una manera natural, ya sea por una planta que se seca, una mascota que se muere, o también por la muerte de personajes públicos o alguna persona conocida puede servirnos de ayuda para introducir el tema, y así saber qué es lo que piensan acerca de la muerte.
2.- No ocultar la información y menos aún nuestros sentimientos. La muerte es un hecho natural, doloroso pero natural. Si los padres actuamos con temor, con miedo, eso es lo que transmitimos a nuestros hijos.
3.- Si los hijos son pequeños hay que hablarles con mensajes claros y cortos. La mejor manera de responder a la pregunta de un niño sobre qué pasa cuando uno se muere es incluir en la respuesta la desaparición de funciones vitales: “cuando uno se muere no habla, no piensa, no come, no siente, no respira…” y, a partir de ahí, estar atento a si hace más preguntas o, por el contrario, con esa información tiene suficiente por el momento.
Hay que tener cuidado para no explicar la muerte a los niños pequeños como algo asociado al descanso eterno, el sueño, o a estar dormido. Algunos niños pueden temer irse a dormir, o a descansar si creen que eso es lo que hacen las personas que se mueren.
Cuidado también con información en la que se asocia la muerte a un viaje. Decir se “marchó” puede ser interpretada por los niños pequeños como un abandono. ‘Se marchó’ puede significar para ellos que el fallecido está en otro sitio, y que no quiere venir aquí.
Igualmente hay que tener cuidado de no explicar la muerte en términos de “estaba enfermo” ni “era muy mayor”, porque los niños enferman, y para ellos los adultos somos todos mayores.
4.– Los niños son unos magníficos observadores y “leen” nuestro comportamiento: nuestra seguridad al hablar del tema les da confianza, mientras que nuestras inseguridades les asustan. Si perciben que expresamos correctamente nuestras emociones ellos aprenderán a expresar con corrección sus emociones. Y llorar, estar triste, sentir pena son emociones que necesitan poder expresarse con naturalidad.
5.– En muchos casos los niños y adolescentes tienden a no hablar respecto a cómo se sienten porque temen poner tristes a sus padres, y los padres no hablan para evitar poner tistes a sus hijos. Y así cerramos la posibilidad de expresar nuestras emociones.
6.– Con niños más mayores y adolescentes, el tema de la muerte hay que abordarlo de manera más directa. En algunos casos, cuando se tiene información, como en el caso de enfermedades o accidentes muy graves, hay que hablar anticipando lo que va a ocurrir. En otros casos, debemos comunicarnos utilizando como ejemplo muertes que suceden a nuestro alrededor.
7.– La muerte de un ser querido puede ir acompañada de unos importantes sentimientos de culpa, de ira, de rabia. Y estas emociones machacan mucho. Por eso es necesario que los hijos sepan con certeza que ellos no tienen la culpa. Que sepan que es normal sentir rabia, que es normal sentirse enfadado con el mundo entero. Para eso hay que darles información real porque, si les falta información, entonces se pierden en un laberinto de emociones negativas que no les ayuda a afrontar la realidad.
8.– Todo esta información debe de estar “aderezada” con los valores que se transmiten en tu familia (religiosos, éticos, etc.). Los valores son un estupendo soporte para afrontar tanto las alegrías como las adversidades que la vida nos depara.
9.– Y por último, una herramienta fundamental a enseñar: El recuerdo. Cuando se muere un ser querido, lo único y más valioso que nos queda es el recuerdo. Recordar es la mejor pomada para aliviar el sufrimiento. Pero para ellos hay que aprender a recordar, recordar sin idealizar, recordar sin culpabilizar, recordar lo que se ha vivido junto a las personas que ya no están: hacer del recuerdo una herramienta de alivio, y no de sufrimiento.
Enseña a tus hijos a recordar. Sienta a tus hijos a tu alrededor y, de vez en cuando, coge un álbum de fotos o videos y diles “vamos a jugar a recordar”. Y siembra en ellos el disfrute del recuerdo viendo los álbumes de fotos y los vídeos que están llenos de nuestros momentos felices y así, un día cuando falte alguno de nuestros seres queridos, será de más ayuda recordar lo que tuvimos, lo que vivimos, más que añorar lo que nunca existirá.