Educar es también enseñar a los hijos el peso que las emociones tienen en nuestra vida cotidiana, es enseñar a aprender a convivir con las emociones.
Es muy frecuente que los padres vivamos conversaciones de este tipo con alguno de nuestros hijos:“¿Qué te pasa hijo? ¿A mi? ¡Nada!. Hijo es que te veo como si te pasara algo. ¡Que no me pasa nada, pesados, dejadme en paz!”.
Es curioso que con lo que a los padres nos preocupa todo lo que hace referencia con el desarrollo de nuestros hijos tenemos mucha dificultad para movernos en el terreno de la educación de las emociones. Quizás esta dificultad venga dada porque a nosotros nadie nos “educó emocionalmente” de hecho yo escucho a muchos padres decir eso de “tengo un no sé qué” como forma de identificar sus sentimientos. Los nosequés no dejan de ser más que emociones que no son reconocidas y por lo tanto no podemos hacer nada para actuar sobre ellas por lo que terminamos siendo dominados, vividos por nuestras emociones.
Las emociones juegan un papel importante en nuestra vida (recordar post sobre educando con inteligencia emocional) y en la de nuestros hijos. Educar es también enseñar a los hijos el peso que las emociones tienen en nuestra vida cotidiana, es enseñar a aprender a convivir con las emociones. Educamos para que nuestros hijos decidan con libertad y no como esclavos de sus emociones.
¿Cómo ayudar a que nuestros hijos sean emocionalmente inteligentes?
1.- Haciéndoles ver que sentir emociones es algo normal. Cuando digo normal quiero decir natural. Es tan natural sentir rabia, celos, envidia como sentir alegría, amor, etc. Las emociones en sí no son ni malas ni buenas, son respuestas ante una determinada situación. Lo bueno y lo malo de las emociones viene dado por las consecuencias que tienen en nuestra vida la manera en la que las manifestamos.
2.- Haciéndoles saber que las emociones que sienten además de ser naturales tienen un nombre. Los padres enseñamos a nuestros hijos el nombre de los objetos físicos y sociales que les rodean, pero en el terreno de las emociones, sobre todo en las mal llamadas emociones negativas, lo que les enseñamos es a decir “Estoy harto”, “No puedo más”, “Me va a dar algo”, “tengo un no sé qué”, “no puedo más”, etc. Sería más ilustrativo cambiarlo por “Estoy enfadado cuando…”, “estoy irritado porque…”, “estoy sorprendido”, “estoy contento…” Dar nombre a las emociones nos ayuda a saber qué es lo que estamos sintiendo en un momento determinado y ese es un buen punto de partida para saber qué hacer.
3.- Explicándoles a los hijos que se pueden sentir varias emociones a la vez. Uno puede estar enfadado por algo en concreto pero no es necesario estar enfadado con todo lo demás. A veces estamos enfadados con nuestros hijos por algo en concreto y nos comportamos como si estuviéramos enfadados con el mundo entero. Puedo estar enfadado con mi hijo porque no ha recogido su cuarto pero no necesito tener la cara de amargado todo el día.
4.- Ayudar a los hijos a que entiendan que entra dentro de lo lógico no querer reconocer determinadas emociones que presentamos. Nadie quiere reconocer que siente envidia (de la mala) ni ira ni otras emociones que tiene mala prensa y presentan una imagen negativa de nosotros y los seres humanos queremos que los demás nos quieran y aprecien. Pero es fundamental reconocer lo que se siente para poder decidir posteriormente si debes o no controlarlo.
5.- Hazles ver la relación que existe entre lo que pensamos, lo que sentimos y cómo nos comportamos. Esta relación entre pensamiento, emoción y conducta guía nuestra vida. Si pienso que soy competente me sentiré bien y actuaré de manera competente si por el contrario pienso que soy inútil, me sentiré triste y no me atreveré a hacer cosas por temor a hacerlas mal.
Para educar en emociones hay que ser consciente de cómo vivimos con emociones.
En el próximo artículo hablaremos de cómo autoregular las emociones.