“Educar es un coñazo, a veces” no es una frase de Paulo Coelho, ni de Einstein, ni de ningún gurú de la educación. Esta frase es uno de los descubrimientos que realizamos padres y madres cuando educamos y que, por lo general, no nos atrevemos a confesar abiertamente delante de nuestras amistades o familiares. Educar, la tarea de educar es determinados momentos es cansina, desalentadora, frustrante.
El nacimiento de un hijo es una noticia que llega a nuestras casas como un acontecimiento cargado de felicitaciones y parabienes. Los futuros padres y madres leen un montón de revistas especializadas sobre cuidado del bebé, educación, etc., pero ninguna revista se llama “¿Vaís a ser padres?, os vaís a enterar.” Justo desde el nacimiento, muchas veces, la criatura no para de de poner a prueba la competencia, el talento, la paciencia y la estabilidad emocional de sus padres.
La tarea de ejercer de padres está sometida constantemente a una evaluación por parte de aquellos que nos rodean y que, además, no se cortan en señalarnos con el dedo como responsables de todo lo que nuestro hijo no hace bien.
Educando se viven experiencias muy positivas pero también se vierten muchas lágrimas, lágrimas a veces de dolor, a veces lágrimas de impotencia, lágrimas de rabia y frustración y también lágrimas de pena, de una amarga pena. Lágrimas que nunca salen en el Facebook. No, no están en ningún álbum de fotos y por esta razón hacen creer a padres y madres que sentir este hartazgo es de personas egoístas, de malos padres.
Yo se lo digo a muchos padres: “Educar es un coñazo, a veces.” Exige dedicación, mucha dedicación, tiempo, mucho tiempo en relojes de sólo 24 horas al día. Exige cuidar y controlar, supervisar y guiar, motivar, animar, acompañar. Educar desgasta, consume, agota.
Esto es lo que hay, negar la parte dura, ruda, arisca y agria de la educación de los hijos es una estupenda manera de negar la realidad y la mejor manera de venirse abajo en los momentos difíciles, y esen esos momentos difíciles donde hacen más falta los padres y las madres.
Educar es un coñazo, a veces, pero siempre es una oportunidad.
Una oportunidad para querer ser mejor persona, un mejor modelo de conducta.
Una oportunidad para poner en práctica eso de amar con generosidad.
Una oportunidad para confiar en ti como padre o madre y de confiar en tus hijos.
Una oportunidad para sentirte orgulloso de la tarea que ejerces como padre o madre.
Una oportunidad para olvidar el significado de la palabra rencor.
Una oportunidad para sentirte el faro más luminoso en mitad de la tormenta, sobre todo con esos hijos especialistas en generar ciclogénesis explosivas.
Una oportunidad para aprender que el sufrimiento no es una elección, sino una pieza más con la que se construye nuestra vida ordinaria.
Una oportunidad para aprender a tener mesura.
Una oportunidad para ponerse a buscar dónde guardamos el saco de la paciencia.
Una oportunidad para descubrir el asombro.
Una oportunidad para aprender todos y cada uno de los días que somos padres.
Es verdad, los hijos arrancan nuestras sonrisas con la misma facilidad que nos arrancan las lágrimas. Los hijos nos dan la oportunidad de aprender lo que es la intensidad.
Esto es lo que da un hijo, dos dan el doble, tres el triple y así hasta el infinito.
Te lo digo yo, educar es un coñazo, a veces, pero es que todas las actividades que requieren pasión para ser desarrolladas consumen nuestras energías y nuestro tiempo. El tiempo de educar que se conjuga exclusivamente en tiempo presente: Yo educo.
¿Tú educas?, entonces ya sabes de qué estamos hablando.