Como en todos los inicios de curso, el ritual de comprar libros, uniformes, material escolar ocupa mucho tiempo en las familias. Todo preparado para el comienzo de curso, pero las mochilas de nuestros hijos van a la escuela muy cargadas y no me refiero a la cantidad de libros que has comprado y que no va a dar tiempo que utilicen, ni a los cuadernos de vacíos con tapas de colores, ni a los estuches con toda clase de lápices, bolígrafos, gomas, tijeras, pegamentos, ni a las fiambreras llenas de fruta o de bollería industrial si nos pilla el toro.
¿Todo preparado?, pues recuerda que nuestros hijos, que serán los alumnos de sus profesores, van a la escuela además con una mochila cargada de lo que son ellos, de su realidad tiktokera, instagramera, reguetonera, y otras eras; de sus saberes, que no tienen mucho que ver con los saberes académicos pero son los saberes que le hacen entender el mundo a su manera y que los adultos denostamos a base de “déjate de tonterías y estudia”; de sus emociones, sus fantasías, sus anhelos, sus miedos que les hacen vivir en una montaña rusa emocional, de un montón de competencias lingüísticas, matemáticas, emocionales, artísticas, etc. que en la mayoría de los casos son invisibles a los ojos de sus padres y profesores porque al no formar parte del currículo oficial, no les damos espacio ni valor en casa y en la escuela.
Los libros, las programaciones, los currículos son necesarios, pero lo que son nuestros hijos, el mundo en el que viven, su código postal, sus vivencias, sus lágrimas y sus risas son imprescindibles para esto de aprender.
Y si nos preocupamos también por ver cómo la mochila de casa influye en los libros de la escuela. ¿Te atreves?