Hace unos días me encontré con una antigua alumna mía que hacía años que no veía, ¿Qué tal te va? y sus ojos comenzaron a brillar, pero con ese brillo tan poco fulgurante que es el que adornan las incipientes lágrimas, agarró mi brazo y me dijo: “Quiero ser madre, deseo ser madre, intento ser madre (ni te imaginas hasta que punto), pero no puedo ser madre. Y lo que escucho a mi alrededor son palabras que, bajo la intención de ayudar, hieren.” Solo me salió abrazarla y decirle, “siento que estés así, si puedo ayudarte en algo, dame un silbidito”.
Y me vine pensando en esa cantidad de madres que quieren tener hijos y no pueden, en esas madres que estando embarazadas pierden a sus hijos. Mujeres que sufren porque no pueden ser madres, con un sufrimiento tan real, tan metido en el cuerpo, y lo que suelen escuchar son palabras que hacen que ese dolor sea ninguneado, incomprendido ( pues disfruta, puedes viajar, cosas peores pueden pasar, eres joven sigue intentándolo, puedes adoptar, etc.)
Hay mujeres que sufren porque desean ser madres y no las sabemos escuchar. No niegues su dolor. No minimices su dolor. Respeta su dolor. Acompaña su dolor. No califiques su dolor como patológico, porque el dolor es una experiencia vital, única e intransferible. No invisibilices su dolor.
Abraza, acompaña, escucha, no contestes, sigue escuchando, sigue abrazando y siempre acompaña. No tienes que decir nada porque a veces, una mirada, un abrazo, un silencio son la mejor respuesta.
La vida nos da lecciones, a veces durísimas lecciones, de que querer no es suficiente para poder.