Insultar a un profesor es como una mancha de café en una camisa blanca recién estrenada. La sorpresa inesperada al escuchar que el disco que guarda tu canción favorita está rayado. Una piedra golpeando un plácido estanque de agua transparente.
Insultar a un profesor es una carcajada en el sufrimiento, una herida que no cicatriza, un dolor que no tiene nervio, ni hueso, ni musculo. Insultar a un profesor es ofender a la escuela, la escuela que es Madre.
En estos tiempos donde insultar se confunde con derecho a dar mi opinión, hemos hecho del insulto algo que adolece de importancia. No se si estamos a tiempo, pero todavía podemos intentar ponerle coto a tanta “bala perdida”, a tanto daño gratuito e innecesario, que mata sin quitar la vida.
Enséñales a tus hijos que quien insulta a un profesor envilece lentamente, porque el insulto envenena la sangre del que lo empuña, llena su sueño de pesadillas, le condena a vivir sabiendo que la palabra se volvió cuchillo para herir a un inocente.
Insultar a un profesor siempre termina en el perdón, la escuela es generosa, porque la escuela es una Madre, pero no olvides que el profesor, con cada insulto, tiene que vivir día a día con una arruga, una más en su corazón.
Insultar a un profesor nunca tiene disculpa. Avergüenza a tu hijo y usa palabras que son bálsamo para regalar a sus maestros. Todos nos equivocamos a veces, pero no minimicemos la gravedad de un simple acto: insultar a un profesor.