Te has dado cuenta de que las cosas importantes de la vida nunca se viven a solas. Ni un niño, ni un adolescente, ni un adulto se construyen en soledad. Lo hacemos siempre en contacto con otros, en vínculos, en afectos, en pequeñas conversaciones que nos sostienen, a veces, sin que nadie lo sepa.
Por eso deberíamos hablar del bienestar emocional como si fuera una red. Una red tejida con muchos hilos: La familia, la escuela, los amigos, las actividades extraescolares, la comunidad, los servicios sanitarios, las bibliotecas, los entrenadores, los grupos juveniles, la Administración… y esos otros hilos invisibles que muchas veces pasan desapercibidos: la escucha, estar presentes, la paciencia, el cariño mudo pero presente.

La escuela es un hilo importante, sí. Importantísimo, pero la escuela es solo un hilo, no la red.
Y demasiadas veces le pedimos a la escuela que lo haga todo: que eduque, que forme, que regule, que cure, que detecte, que contenga, que acompañe, que diagnostique… como si un centro escolar pudiera dar respuesta, por si sola, a todos los malestares de la infancia y la adolescencia.
Ni puede, ni debe hacerlo, porque el bienestar se teje fuera y dentro del aula: Con familias que asumen el protagonismo y la responsabilidad de educar a sus hijos, a sabiendas de que esta tarea no es sencilla. Con escuelas que crecen como espacios seguros, donde se pregunta “¿cómo estás?” y se espera la respuesta, porque de verdad les importa. Con entrenadores que enseñan a perder con la frente alta y a ganar sin humillar. Con amigos que acompañan en los recreos silenciosos. Con políticas locales que invierten en espacios seguros para niños y adolescentes donde pueden expresarse y donde pueden sentir que pertenecen a un grupo. Con servicios de salud mental que puedan dar respuesta rápida y sean accesibles a toda la población. (tenemos un enorme déficit de estos profesionales en el sistema de salud).
Por eso, cuando pensamos en bienestar emocional, deberíamos dejar de preguntarnos “¿qué más puede hacer la escuela?” y empezar a preguntarnos “¿qué más podemos hacer todos?”.
Cada familia, cada maestro, cada sanitario, cada vecino, cada institución, cada uno de nosotros es un hilo, un hilo que sostiene, que repara, que acompaña. Un hilo que, unido a los demás, construye la red que nuestros hijos necesitan para crecer sin temor.
Al final, el bienestar emocional no es un destino. Es una red. Y cuando tejemos juntos, sostenemos mejor.